domingo, 4 de agosto de 2013

SER EL EJE


Al fin lo descubría: él era el centro. La magnitud de los límites le había impedido siempre deslindar los confines, delimitar entornos con sus huellas. Pero era innecesaria otra interpretación tan fulminante cuanto ecléctica: al llegar hacia algo se remontaba en sí. Esa tarde recorrió el sendero en bicicleta, desplegando planicies por lo cóncavo; y a cada arreglo, en su cabida la distancia era diacrítica, equidistante del ápice de sus falanges o la extremidad del dorso con relación al cerro. Pedaleó como nunca para ser el de siempre, sonreiría histérico en la prisa del ventarrón polvoso aguijoneándolo, pedaleaba con retrospección dextrógira o levógira sin advertir la isomería del tiempo,  cada vez que intuía la conjetura, se contenía en la antítesis; del pedal a la tierra se interponía el aire con su legajo de algo. Aún sabiéndose el eje de las cosas, conflictuaba el principio de la acción y reacción. Nunca tuvo tiempo de eufemismos  o elucubraciones disgresoras cuando astilló el espejo. Él era el centro, sin lugar a dudas. Apenas lo supo, el pedal dimitió por el centrífugo desdén del pulso. Desorbitado, en su radial succión advertiría apenas las moléculas de sombra desconverger de un punto, en garabato, llegar concéntricas al piso para sorber el mundo.

J.J.A.Z.

No hay comentarios:

Publicar un comentario