domingo, 4 de agosto de 2013

DIVAGACIONES DE HOSPITAL


Cuán largas son las horas de hospital si hay una ínfima esperanza. El túnel del pasillo desemboca siempre en una puerta desahuciada del tiempo, teñida de un color tan gris que estremece la piel con el hollín verduzco de los urinarios. Estar ahí, donde nunca quisieras, en un lugar no indicado para estar, y sin embargo estar,  inmerso en lo termal de una taza de té interpuesta en tu vida. Un periódico envuelto que comba las palabras impresas te acompaña, igual que gato o artefacto electrónico. ¿A qué vendrá ese minuto herido de silencio, la soledad sin alma del cloroformo de los hospitales, junto a sábanas tristes por el limítrofe escozor del hueso? ¿Serán los vivos del futuro, los muertos del pasado, sorbidos en la circularidad de la cifra? La velada se delata en pérdida, infringida con el agrio dulzor de los aniversarios sin festejo.  Junto a la ruda pendiente de la cama, una esposa dilata los instantes del marido postrado entre la hiel inconfesable de una cánula yerta. El labio extingue su desdén con la mirada absorta en la contemplación de un ídolo en su nicho. Se sabe pétalo y marchito, duda y certeza. Esa mujer opaca de esperanza desdibuja su rostro, suele ver en el pasado las pastillas de olvido, los roces del ungüento.  La gota le detona el tímpano con su tic tac de suero, los pliegues de su cuello la degüellan con la sonrisa lívida de la melancolía, entra su pensamiento a alguna herida… 
En las afueras, los perros hurgan las basuras orgánicas, y un relegado se aguijonea el brazo con anfetaminas. Su agobio es la punción de un incentivo; la noche un desarraigo.  La tormenta es de polvo, y la persiana, tamiza una canción azul que grita el autoestereo de un carro avejentado (la parquedad carece de valor ante el exceso, si hay clímax de vacío). En la sala de estar, los afligidos se agazapan la frente si les miras; la discreción es una forma de prevalecer a la intrusión ajena dislocados del mundo. El desenlace inevitable toma el control de las fisonomías… Sin proponértelo, te enterarás que le internaron “un tantos” de octubre.  El paso blanco e inaudible de las enfermeras, delatado sólo por los tintineos nerviosos de las agujas entre las bandejas, te indicará el momento…  Ese, donde saber callar es una fórmula convencional, irremediablemente necesaria.            

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