Cuán largas son las
horas de hospital si hay una ínfima esperanza. El túnel del pasillo desemboca
siempre en una puerta desahuciada del tiempo, teñida de un color tan gris que
estremece la piel con el hollín verduzco de los urinarios. Estar ahí, donde
nunca quisieras, en un lugar no indicado para estar, y sin embargo estar, inmerso en lo termal de una taza de té
interpuesta en tu vida. Un periódico envuelto que comba las palabras impresas
te acompaña, igual que gato o artefacto electrónico. ¿A qué vendrá ese minuto
herido de silencio, la soledad sin alma del cloroformo de los hospitales, junto
a sábanas tristes por el limítrofe escozor del hueso? ¿Serán los vivos del
futuro, los muertos del pasado, sorbidos en la circularidad de la cifra? La
velada se delata en pérdida, infringida con el agrio dulzor de los aniversarios
sin festejo. Junto a la ruda pendiente
de la cama, una esposa dilata los instantes del marido postrado entre la hiel
inconfesable de una cánula yerta. El labio extingue su desdén con la mirada
absorta en la contemplación de un ídolo en su nicho. Se sabe pétalo y marchito,
duda y certeza. Esa mujer opaca de esperanza desdibuja su rostro, suele ver en
el pasado las pastillas de olvido, los roces del ungüento. La gota le detona el tímpano con su tic tac
de suero, los pliegues de su cuello la degüellan con la sonrisa lívida de la
melancolía, entra su pensamiento a alguna herida…
En las afueras, los
perros hurgan las basuras orgánicas, y un relegado se aguijonea el brazo con
anfetaminas. Su agobio es la punción de un incentivo; la noche un
desarraigo. La tormenta es de polvo, y
la persiana, tamiza una canción azul que grita el autoestereo de un carro
avejentado (la parquedad carece de valor ante el exceso, si hay clímax de
vacío). En la sala de estar, los afligidos se agazapan la frente si les miras;
la discreción es una forma de prevalecer a la intrusión ajena dislocados del
mundo. El desenlace inevitable toma el control de las fisonomías… Sin
proponértelo, te enterarás que le internaron “un tantos” de octubre. El paso blanco e inaudible de las enfermeras,
delatado sólo por los tintineos nerviosos de las agujas entre las bandejas, te
indicará el momento… Ese, donde saber
callar es una fórmula convencional, irremediablemente necesaria.
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