Al constatar la viuda que en su casa había
faltado siempre el preciado retrato matrimonial, contrató los servicios de un
fotógrafo venido de la ciudad, para que valiéndose de sus fotografías hiciera
“posar” a los consortes. A sabiendas de que el esquivo occiso ya no podría
negarse, la cliente, una vez escogidas sus imágenes predilectas, complacida de
imaginar colgado el cuadro como valioso trofeo en la entrada principal de su
morada, con aire de envanecimiento, instruyó al artista: “Le dejo junto a la
foto de mis quince otra de mi marido, donde se ve bien presentado. Ah, y para
más formalidad, no me gustaría que saliera con ese sombrero puesto. ¡Se lo
quita, por favor!”. De acuerdo, asintió el fotógrafo, recibiendo las dos fotos
y un tercio de la paga por adelantado.
A punto de marcharse, el artista de la
lente, pensativo, se regresa a preguntarle a la mujer: “Oiga, si no es
indiscreción, ¿para qué lado se peinaba su esposo?”. –La doña, ceja arqueada,
pelando la órbita del ojo, sin malicia, le contesta: “Pos ahí se le fija, ¿no?,
al fin y al cabo, le va a quitar el sombrero”.
J.J.A.Z
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