El viento mueve las hojas de algún árbol que no soy, pero me parece ser
el viento, la misma calle sin la espera insidiosa de los días, la contraparte
del mendrugo de pan sobre un despostillado pocillo del ignorado basural que
acopia, avaricioso, las manos que lo hurgan. Delante de mí no pasa nada o al
menos, parece no pasar, y si pasara, no sé siquiera el porqué de su ocurrencia:
raro transcurrir de lo inasido, lo breve, facsímil o acucioso. En consonancia, George Perec1, sentencia:
“Otra vez las
palomas giran sobre la plaza. Qué es lo que desencadena este movimiento de
conjunto; no parece ligado a un estimulo exterior (explosión, detonación,
cambio de luz, lluvia, etc.) ni a una motivación particular, parece algo
completamente gratuito: los pájaros levantan vuelo de golpe, dan una vuelta en
torno a la plaza y vuelven a posarse sobre la canaleta de la alcaldía”.
La gente pasa sin pasar, como si el leve “movimiento
de conjunto” le separara en partes
abstraídas y nulas. Al mirar a un paseante por la plaza ¿veo realmente a un
transeúnte, o a la idea que me hago de él: su representación? La vida, se diría, no camina, discurre, y
parece valorizarse sólo en situaciones extremas como el dolor o la enfermedad.
El propio Perec así lo
delata:
“¿Qué diferencia existe entre un conductor que se estaciona de primera y otro que sólo logra hacerlo al cabo de varios minutos de laboriosos
esfuerzos? Esto suscita el despabilarse, la ironía, la
participación de la asistencia: no ver los únicos desgarrones, sino el tejido
(pero cómo ver el tejido si sólo los desgarrones lo hacen visible: nunca nadie
ve pasar los autobuses, salvo si se espera uno, o si se espera a alguien que va
a descender de ellos, o si la dirección de transportes le paga a uno para contarlos...) Igualmente: ¿por
qué dos monjas son más interesantes que otros dos transeúntes?”
Estoy
sin estar, la sensación de estar aquí, me deja estar sin ser; el pensamiento
atemporal me sitúa en lo entredicho, sin demarcaciones concretas de lo real.
Existe la ventana por donde se volatiliza el recuerdo para anular distancias,
pero el tiempo marca límites obtusos,
alternancia entre seres, estertores y golpes de sonrisa entre la muchedumbre,
más ésta, como dato estadístico, si
acaso existe, suele ser una cifra, más que un espécimen.
“Lo que pasa realmente, lo que vivimos, el resto,
todo el resto, ¿dónde está? ¿Cómo dar cuenta de lo que ocurre cada día y vuelve
a ocurrir cada día, lo banal lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario,
lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo interrogarlo? ¿Cómo
describirlo? Interrogar lo habitual. Pero justamente, estamos habituados a eso.
No lo interrogamos, no nos interroga, no parece constituir un problema, lo
vivimos sin pensar en ello, como si no fuera portador de ninguna información.
Ni siquiera es condicionamiento, es anestesia. Dormimos nuestra vida con un
sueño sin sueños. ¿Pero dónde está nuestra vida? ¿Dónde está nuestro cuerpo?
¿Dónde está nuestro espacio? Cómo hablar de esas ‘cosas comunes’, más bien cómo
acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas de la corriente en la que permanecen
sumergidas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen finalmente de lo que
existe, de los que somos”.
J.J.A.Z.
1George Perec, 1992. Tentativa de agotar un lugar parisino. Letra e.