Nadé en el golfo de tu frente, escalé las cumbres de tus pechos henchidos, y saboree el placer imponderable que en surtidor sus cúspides vertían a mi conexo beso, nutrido, por los ríos suculentos de tu caudalosa virtud. Alcancé tierra firme, prendado al sinuoso declive bajo tu cintura. Me importunaba el vértigo cuando, viré impedido -y suspenso- en la llanura líquida de tu recluso vientre de clima ecuatorial. Los luceros en éxtasis de tus convulsos ojos orientaron mis pasos por los relieves cóncavos del sur de tu cuerpo. Llovían lágrimas copiosas de quejido a espasmo, y al divisar un vértice por entre las malezas, me refugié en la gruta cavernosa de tus piernas marmóreas, donde, un génesis denso y mítico sació mi ansia con maternal dulzura. Allí pude, al fin, olvidar antes quien era, para nacer de ti, con la erupción secreta de tu súbita carne, forcejeando gimiente y complacido, para salvar fronteras hacia un sitio precario, custodiado, no obstante, por el hábil galeno que sujetaba el fórceps, y el sol exhausto y puro de tu afable sonrisa.
J.J.A.Z